¿Y por qué no te suicidas?, me preguntaste,
“porque temo no morir”, respondí,
y entonces, tú, con tu sonrisa de gato osaste reír de mí.
Tomé la navaja, aquellas con la que tu padre se afeitaba la cara,
y poquito a poco la clavé en el centro bombeante que me sube por el cuello;
pero la muerte no llegaba
y la espera se hacía larga.
Tu mirada morbosa perdía interés cuando la sangre cesaba de correr,
y tras la profundidad de la espera,
te aburriste de verme ahí,
medio viva, medio vacía, medio tiesa
y decidiste darte la vuelta, y ya no verme morir.
ammiidaFne PH
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