Son tres los conceptos que se trenzan en la discusión sobre la democracia: soberanía popular, igualdad y autogobierno, siendo el de soberanía del pueblo la hebra principal. El pueblo es soberano en la medida en que todos son igualmente soberanos (una soberanía desigual implicaría que una parte del pueblo es soberana y que otra parte no lo es; de aquí que son inaceptables, la discriminación, el clasismo, el racismo…), y quien es soberano no es el objeto (algo a que se orienta la actividad cognoscente y de otra índole del sujeto), sino el sujeto (el individuo o grupo social actuante y cognoscente, poseedor de conciencia y voluntad) del gobierno, de ahí el autogobierno.
Estos tres conceptos pueden concebirse de dos formas distintas: o descriptivamente o normativamente (deontología). Desde el punto de vista descriptivo a) La soberanía popular es poco más que un principio de legitimidad; b) la igualdad puede reducirse a un igual derecho al voto. Y c) el autogobierno se circunscribe a la microdemocracia.
Desde el punto de vista normativo (deontología) las cuestiones son un poco más complicadas. No es posible discutir fructíferamente ni emplear los conceptos de soberanía popular, igualdad y autogobierno, a menos que establezcamos simultáneamente otras dos cuestiones: a) ¿qué son los ideales normativos? y b) ¿cuál es la naturaleza, función y propósito de los ideales?
¿Qué es un ideal?
Analicemos en torno a esta cuestión utilizando como ejemplo la discusión sobre la igualdad. Para Jefferson era: “todos los hombres han sido creados iguales” (verdad evidente). Esta proposición está sintácticamente construida como una afirmación de hecho. Sin embargo, tan sólo puede defenderse si se vuelve a formular prescriptiva o normativamente: “Considerarás a todos los hombres como si hubieran sido creados iguales” (exhortación). A las objeciones sobre este principio debe responderse correctamente que no es por la vía de los hechos sino de los valores.
La igualdad es un principio valorativo que impone dos normas de conducta tales como el deber de reconocernos a nosotros mismos en el otro; o que debemos tratar a los otros como nuestros iguales, no como nuestros inferiores. El aserto “los hombres no son iguales” puede ser aceptado por un demócrata, porque no constituye una objeción.
¿Naturaleza y función de los ideales?
El perfeccionista toma a los ideales por lo que no son e intenta maximalizar los ideales sin controlarlos. El perfeccionismo (hiperidealismo) se ha desarrollado en dos vías a) El paso de un perfeccionismo contemplativo a un “perfeccionismo activo” y b) por la desaparición del sentido de “lo imposible”.
El perfeccionismo activo es el paso del deseo o diseño de un mundo ideal (contramundo ideal) al activismo perfeccionista. Es el paso de la filosofía a la política. Platón, en su doctrina del estado de naturaleza (que a través de la Edad Media recogió Rousseau) proporcionó un parámetro ideal no sólo para valorar el mundo real, sino también (en su desarrollo de los derechos naturales) para el establecimiento de valores en el mundo real. En ambos casos, se descubrió un estado de perfección, que coincidía con un estado de contemplación. En el caso de Platón la solución era el rey-filósofo. En cuanto al estado de naturaleza la solución era recobrar el paraíso perdido. El rey-filósofo se transformó en el filósofo-revolucionario de Marx. El filósofo revolucionario sabe que la acción revolucionaria es la que hace lo real. Con Marx el perfeccionismo deja de ser intelectual y el activismo perfeccionista entra en la política.
La otra vía que conduce al perfeccionismo radica en la desaparición del sentido de “lo imposible”. El perfeccionismo avanza a medida que los imposibles retroceden. Y de esto da cuenta la alteración del significado del concepto de utopía. Para Tomás Moro, el inventor del concepto- la utopía denotaba un mundo inexistente. El utópico desea su mundo perfecto pero no cree en su realización. Lo que distingue a la utopía del “mito” y del “idealismo” es que un estado de cosas utópico no se encuentra en ninguna parte, sino además en ningún tiempo, en ningún futuro. La utopía es inexistente en tanto que es un imposible.
Varios pensadores han colaborado en el proceso de destrucción del concepto de utopía (destrucción de la correspondencia entre la palabra y su función significadora): a) Karl Mannheim: es un estado del espíritu que “trasciende” la realidad existente en una dirección revolucionaria. Lo específico aquí es la “función revolucionaria”. Lo que trasciende la realidad en un sentido conservador es según Mannheim “ideología”; Oscar Wilde: “el progreso es la realización de las utopías”; Alfonso Lamartine: “es posible que las utopías de hoy se conviertan en las realidades del mañana”; c) Karl Mannheim: “las utopías son con frecuencia sólo verdades prematuras”; d) Hebert Marcuse: “el camino real al socialismo puede proseguir desde la ciencia a la utopía y no desde la utopía a la ciencia”. Esta manipulación de los significados y de las definiciones anteriores se puede probar cualquier cosa y, por lo tanto, eliminamos de nuestro vocabulario político un término que significa lo irrealizable.
Dicho lo anterior cabe la pregunta; ¿la Cuarta Trasformación es una utopía o un ideal? Esta pregunta la responderemos en nuestra siguiente colaboración.
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